Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

miércoles, 22 de abril de 2009

Día del Libro / Quito de Puy

Aprovechando el Día del Libro no sólo felicito a todas las lectoras y lectores de libros de papel. También felicito a quienes leen en otros soportes. Y felicito a quienes de una u otra forma pasan buenos ratos juntando palabras, y a quienes pasan buenos ratos leyéndolas. Por eso, hoy, este espacio es para un pequeño relato de Puy, Puy Moya. Un relato que, en el fondo alaba la diferencia. Algún día hablaremos de la autora.




Quito quería mucho a su familia pero no había heredado de sus padres el gusto por la sangre
Su padre, Ramón Chupasangre, era un pulgón rechoncho pero muy ágil; su madre, Lela Hemoglobina, extranjera, de un país del norte, era una sanguijuela muy, muy cariñosa ¡daba unos besos…! Y su hermano pequeño, Pio, era un piojillo pequeño y tímido.
Para todos ellos la sangre era un manjar delicioso, pero para Quito, sentarse a la mesa cada día, era un suplicio.
Comía porque no quería disgustar a su madre que, preocupada por su pequeño mosquitirrín (que así le gustaba llamarle), ya no sabía cómo cocinarla. Hasta se había comprado el libro de cocina 101 recetas con sangre de la afamada Simone Lagarrapata.
La sabía preparar frita. A veces la dejaba coagular para hacer sopa de plasma y glóbulos rojos asados; otras veces rallaba las plaquetas y las preparaba “a la fiorentina” .
Incluso había inventado un plato: la Gelatina de Hemoglobina y cuando la gente le preguntaba de qué estaba hecha ella contestaba: "de hemoglobina por supuesto".
También su padre se esforzaba por ofrecer a su hijo la mejor sangre del mundo, hasta el punto que casi se arruina de tanto comprar en El Club del Hemogourmet.
- Mira hijo lo que he encontrado, gotitas de sangre de llama andina. Está cargadita de oxígeno…
.

- Hoy un amigo mío que viaja mucho me ha traído esta gota de sangre de Popeye; pruébala cariño quizá el gustillo a hierro te agrade…
Pero nada, Quito disimulaba el gesto y tapándose la trompetilla chupaba un poquito.
Un día decidió que lo mejor era salir y buscar el mismo un alimento a su gusto.
Comenzó por sobrevolar la ciudad para ver qué comía la gente pero todo le pareció repugnante ¡comían cosas verdes, amarillas, hasta moradas! ¡qué asco!
Es verdad que no le gustaba la sangre, pero no se le ocurriría meterse en la boca nada que no fuese rojo.
Así llego al mercado de las especias. En un cesto de mimbre una montañita roja le llamó la tención y decidió acercarse a probar. Sorbió un buen puñado de aquellos polvitos y al momento comenzó a estornudar como un loco. Le picaba tanto la trompetilla que le lloraban los ojos. Gracias a que cerca había una fuente donde más que beber se bañó. El pimentón, claramente, no era un buen alimento para un mosquito.
En el escaparate de una pastelería vio algo rojo y brillante sobre una cama redonda y blanca. Pensó: esta vez voy a ser más prudente, primero me posaré sobre ella y la oleré. Al poner sus patitas sobre la mermelada de fresa se quedó pegado. No conseguía liberarse. Sudaba y tiraba con todas sus fuerzas para sacar sus pies de aquella cosa pringosa. Cuando por fin consiguió salir volando juró que jamás volvería a acercase a aquella trampa mortal.
Luego pasó por un restaurante chino donde un hombre de ojitos rasgados metía en agua unos pétalos de rosas rojas. En esta ocasión no pensaba acercarse tanto, le bastaba con sobrevolar la olla. ¡Qué calor! del cacharro salía una humareda que quemaba las alas. Se alejó lo más rápido que pudo.
Con el estómago vacío y muy desilusionado llegó a la entrada de un sitió lleno de niños. Unos gritaban y corrían, otros sentados en una larga mesa comían unos palitos amarillos que crujían al morderlos. Fue entonces cuando notó un olor muy agradable, no podían ser los palitos ¡qué asco!. Quizá aquel líquido… sí, sí, podía ser; además era rojo… sí ¡SÍ!
Se escondió en un rincón y cuando todos los niños se levantaron y se fueron a jugar se acercó y con cuidado para no ser visto, metió su trompetilla en el caldito. Estaba buenísimo, ni frío ni caliente, ni muy dulce ni muy salado y tenía un intensísimo color rojo. Tomó con sus patitas unas cuantas gotas y salió volando.
Al llegar a casa su familia se disponía a cenar. Todos estaban bastante callados y cabizbajos.
Entró, se sentó y les dijo a todos:
- Ya no tenéis que preocuparos por mí. He encontrado un alimento maravilloso: se llama KETCHUP.

Puy
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Eso sí, añadiré yo que el ketchup es mejor no compararlo con otros frascos:

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1 comentario :

  1. Alfonso, muchas gracias por las felicitaciones y por el bello relato del mosquito. Qué mejor forma de celebrar, al menos, un día de la lectura con un texto sencillo y precioso. Ha sido un breve e intenso placer. Saludos.

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