Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

viernes, 5 de febrero de 2010

Gracias al virus / el taxi de vuelta

No me quedó otra que tomar otro taxi para volver a casa ya con el ordenador formateado. Al doblar la esquina una lucecita verde esperanza avanzaba hacia mí conducida por una larga melena rubia y unas gafas oscuras. Levantaba todo lo que podía para detener aquel taxi, acción nada sencilla cargando con la C.P.U. recién reseteada por el bueno de Javi (ver entrada del pasado 2 de febrero).

Efectivamente la larga melena rubia correspondía a una señora taxista tan amable como castiza. Tanto, que tuteaba, a diferencia del elegante narrador de historias del taxi de ida (ver entrada del 3 de febrero):

- ¿Te ayudooo con la C.P.U.?
- No. No hace falta. Si no pesa –mentí-, lo que ocurre es que es incómodo de llevar. Como no tiene asas.

Esta mujer tenía un olfato especial para los ordenadores. No sé como se dio cuenta de lo que era, que llevaba yo al mío en una especie de cuna muy preparada para evitarle cualquier golpe. Y le expliqué:

- Acaban de darle el alta, que ha sido atacado con virus, bacterias, programas espías…, por tierra, mar y aire.

Mientras explicaba esto, hacía una magistral pirula:

- Bueeeeno, voy a aprovechar que no hay ningún guindilla… (silencio) ¿No serás un municipal, verdad?

- No, mujer no.

Y a partir de ahí retomó el asunto informático:

- Yo tengo un portátil, que me lo traigo a veces al taxi. Y el grande, que debe tener virus de todo tipo. ¡Buah! , y lo que me vino muy bien es una memoria USB de 32 Gigas de un yankee. (Silencio). Me la encontré en el asiento de atrás. Cuando me di cuenta intenté devolverla…, pero no pude. Luego la conecté a ver si había algún nombre, alguna dirección…

- ¿Y nada?

- ¡No te imaginas lo que había ahí!

- Mejor no me lo cuentes.

- Buah. Un cerdo es lo que era ese tipo.

- Mejor no me lo cuentes.

- Lo más suave, y con esto te digo todo, era Elsa Pataky.

- Mejor no me lo cuentes.

- Fotos, videos…, de todo lo que te puedas imaginar. Un cerdo.

- Es que 32 gigas dan mucho de sí.

- Ya te digo. Aquí es que te encuentras de todo. Pero lo mejor que me he encontrado ha sido esta memoria.

- Un memorión, sí.

La taxista sonreía sin parar. Su melena rubia de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Y seguía con los ordenadores.

- A mí es que me gusta esto de los ordenadores. Y pasa cada cosa… Te cuento una para no contar, que luego dicen que si las mujeres. Pues me llama una amiga y me cuenta que el ordenador no le va. Que no arranca, que prueba todo y no hay manera. Así que me acerco a su casa. Lo miro y sí. Estaba enchufado a la regleta. El problema es que la regleta tenía el interruptor desconectado. Un desastre.

- Pues a mí me ocurrió una peor. Una de tíos. Tenía yo un Clío. Y de buenas a primeras, el acelerador que se me enganchaba. Un peligro. Tenía que subir el pedal con el empeine del pie porque se me quedaba enganchado.

Y la taxista:

- Joooooooooooe.

- Yo abría el capó, miraba, remiraba, soplaba y nada. Así que lo llevé al taller. A un amigo que ya se ha jubilado. Levanta el capó, mira, remira, sopla y me dice que se lo queda. Que ya me telefoneará. Al día siguiente me llama, que ya puedo ir a recogerlo. Me presento en el taller y me hace jurar con la mirada que no le voy a contar a nadie lo que ocurría. La alfombrilla. La alfombrilla se enganchaba en el acelerador y sólo había que echarla un poquito para atrás. Y éramos tíos. Y uno mecánico machirulo.

Y ella se partía el pecho. Y como la veía veloz, aunque llevaba GPS, osé indicarla:

- Aunque llevas el GPS, es por aquí a la derecha.

- Ya, ya lo he visto, aunque de cerca no veo nada. Yo sin el GPS no soy nadie.

Aseguraba mientras se detenía frente a mi portal y, girándose asomaba sus ojos sobre las gafas oscuras. Y con voz interesante:

- Al GPS le quiero más que a mi marido.

- Pues menos mal que me has dicho al final que no ves nada de cerca. Si me lo dices antes, me bajo. Por cierto…

Cuando iba a decirle que si me ayudaba a subir mi disco duro a casa. Que se lo enseñaba tan aficionada que era, cambié el tercio.

- ¡Eeeeh! Que me dejo la gorra y luego te la quedas.

- Pues es de las que me gustan.

- Quédate con el cambio. Ciao.

Y es que historias de taxi hay infinidad. Como esta de Ricardo Arjona:

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