Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

jueves, 8 de julio de 2010

Un magistral cabezazo (III)

El fatídico día en que Toño realizó su magistral cabezazo, Emilio, El Muro, había abandonado su portería hasta más allá de medio campo porque buscábamos desesperadamente un gol que deshiciera el empate y nos diera la victoria. Éramos once futbolistas, once soldados invadiendo el campo enemigo. El Muro se encontró con el balón en sus pies, y con la calma y seguridad propia de un buen cancerbero, buscó al mejor rematador. En el área pequeña adversaria, Toño, y yo algo más adelantado de lo normal, rodeados de contrarios, solicitábamos el cuero esférico para incrustarlo en la red contraria. Sin duda, El Muro tomó la decisión más acertada para el equipo, pero la más funesta…

Durante el curso he coincidido con Emilio en muchas ocasiones a la salida del colegio de los chicos, pero hoy nos hemos encontrado en la final que disputa el equipo de nuestros hijos. Se jugaban ser campeones.

Mi noche ha sido toda de pesadillas: patadas, balonazos, sudor, gritos… Una y otra vez aquel equipo: El Muro bajo los palos; Germanosky y Manolín; Nando, Julián y Nacho; Mariano, Javi, Carlos; y Toño y yo los fusileros. En el banquillo, gritando, animando insultando al contrario, levantándose, sentándose, esperando su momento: David, Josema, Fernan, Chema y Paquito el utillero con sus aguas milagrosas. Don Vicente, serio, muy serio, indicando que “todos al ataque”. Y, a cada instante de la noche, noche de fantasmas, aquel cabezazo, ese gol único una y otra vez, y el frío de la muerte.

- “Que mal aspecto tienes”, me espetó Manuel según entrábamos en el coche camino del campo.

- “He dormido fatal. Creo que no me sentó nada bien la cena”, respondí intentando ocultar las causas verdaderas de mis profundas ojeras.

Y es que se parecía tanto aquel día, con mi hijo como protagonista, al ya lejano partido de mi infancia con Toño como centro de atención… Era imposible no hacer paralelismos, era como si la historia se repitiera y a mí me hubiera tocado el papel de secundario principal. Nada podía evitar que pensara en el espanto. Un sudor frío en las palmas de las manos y en las plantas de los pies casi me inmovilizaba mientras mi mente desarrollaba maquiavélicas estrategias para no llegar al encuentro. Una tenue voz interior me indicaba que no, que todo aquello era absurdo, que no pasaba nada. Que Manuel saldría al campo, jugaría como los miles de niños que juegan al fútbol y luego volveríamos a casa a celebrar el triunfo o a llorar la derrota.
(Mañana termina)

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