Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

sábado, 14 de agosto de 2010

Un marido de ida y vuelta del gran Jardiel, al calor del verano

En Madrid, en verano, una opción son los tradicionales Veranos de la villa. Son muchos los espectáculos que se pueden ver a precios razonables si no fuera por el pastón que supone tomarse algo. Claro, la restauración, entiendo, es una contrata que hace el agosto (bueno, el julio y el agosto). Haciendo gala de mi heterodoxia fui a ver Un marido de ida y vuelta, del gran Jardiel Poncela, en el Galileo un lugar abierto sólo por el techo, que el aire no llegaba, ni un poquito a ese patio cerrado.

Jardiel, rechazado a diestra y siniestra, murió en medio del olvido y prácticamente arruinado. Y sigue sin ser considerado como se merece. Esto es, como el creador de un nuevo humorismo absurdo, del teatro de lo inverosímil. Quizá fuera un adelantado a su tiempo, que si en vez de nacer en 1901 (el año que viene es su centenario y dos lustros), hubiera nacido hace cuarenta años no descartemos que hubiera desbancado a Martes y Trece o Cruz y Raya, o José Mota de los superíndices de audiencia. Claro, todos mamaron, más o menos de Tip y Coll o Gila y, estos de Jardiel Poncela. La pescadilla que se muerde la cola.

Para muchos modernos (sector intolerante), Poncela es parte de ese teatro casposo con presentación, nudo y desenlace y en el que la cuarta pared se acomoda y ríe, pero en mi humilde opinión es parte imprescindible del teatro español, del que nos deberíamos sentir orgullosos.

Poncela y su absurdo está lleno de crítica a una sociedad a la que nunca perteneció (“toda sociedad es un organismo podrido que se conserva gracias al hielo de la hipocresía”, afirmaba), y Un Marido de ida y vuelta es una obra eminentemente jardielesca.

El propio autor aseguraba que esta obra “tiene padre y madre, como tantas otras de mis comedias. El padre se llama Humorismo, y la madre, Poesía. Humorismo violento, a veces arce y descarnado, a veces ingenuo y bonachón: profundo y superficial; en juego, a menudo con las ideas y con frecuencia saturado de gracia verbalista; es decir; comicidad. Y Poesía universal. Porque la poesía no cambia con las razas ni con los climas”.

Un marido de ida y vuelta me gusta porque desdramatiza el asunto de la muerte y del más allá y, en definitiva, es una obra de amor y muerte.

Siempre recordaré la obra, protagonizada por Jesús Puente a mediados de los ochenta. Evidentemente, esta puesta en escena de los Veranos de la villa no es lo mismo, a pesar del buen hacer de Joaquín Kremel (gran mérito soportar el calor del verano, el de los focos y vestido de torero) y Julia Torres.

Merece la pena. Jardiel sigue mereciendo la pena más allá de sectarios e intolerantes. Muchos quizá se den cuenta de que son herederos de Poncela sin saberlo. Y vale, reconozco que me lo pasé genial ensayando e interpretando una obra suya en aquellos tiempos de sacar dinero para el viaje de fin de curso de COU (Usted tiene ojos de mujer fatal), hace veintimuchos años. Que seguro que alguien del cibermundo lo recuerda.

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