Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

martes, 25 de octubre de 2011

Bakea behar dugu / Necesitamos la paz / Agur ETA

He dejado macerar un poco estas líneas, que la noticia que saltó a las 19:00 horas del jueves ha sido histórica. He visto entradas en blogs sobre el asunto que me han gustado especialmente, como la de mi amiga Chus, con quien compartí profe de Historia (AQUí la ves). Esta entrada de Chus me confirmaba, de alguna manera, algo que yo ya pensaba, que el terrorismo de ETA se vivía como algo cotidiano en Madrid, cosa que no ocurría “en provincias”.

Desde la infancia he tenido relación con gentes de Euskal Herria, o de Euskadi, no se me enfade nadie, más allá de la tarjeta del Eroski (esto lo he copiado de la obra Burundanga, que vi el otro día y…, hay que verla).

He visto vascos vascos, vascos madrileños, vascos del mundo, vascos de Álava, de Vizcaya, de Guipúzcoa, vascos de Navarra y…, bueno, navarros de Navarra. Yo creo que la cosa es tan sencilla como que todos los que son vascos, son vascos; hablen euskera, castellano, inglés o gallego. De jovencito yo andaba por Madrid con un kaiku que me hacían a medida en alguna parte del País Vasco. Y es que el kaiku y la ikurriña eran símbolo de rebeldía. Luego modelé mi opinión sobre las banderas, que tan grotesca me parece la rojigualda que ondea en la madrileña plaza de Colón como alguna ikurriña tamaño pilsen que se ve en Euskadi, o Euskal Herria, no se me enfade nadie. Sí. Las banderas terminan siendo trapos que incitan a la violencia. Es decir, “en el mundo no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado”; sea la bandera que sea, no sólo la rojigualda.

Y ETA siempre ha estado rondando desde mi infancia. Recuerdo el atentado de la calle del Correo, nunca aclarado, por cierto; recuerdo aquellas coplillas tras el vuelo de Carrero: “era Carrero ministro del mar y su ilusión fue siempre volar, vino un comando de ETA militar y su ilusión se hizo realidad, ¡Voló, voló, Carrero voló!”

Luego recuerdo, en alguna manifa no exenta de tensión, aquello de “¡mi primo de Bilbao, os tiene acojonaos!” Y cuando la tensión aumentaba, aquello de “FRAP, ETA, más metralleta”. De aquellas cosas hace mucho tiempo y seguramente eran erróneas, pero es lo que había. Cosas tan erróneas como considerar víctimas de la represión franquista, más allá de Franco incluso, en el País Vasco, como algo exclusivo de País Vasco. Recuerdo a los abogados de Atocha, antes Julian Grimau, después a Yolanda González…, y tantos asesinados en Madrid. O la represión del TOP, la social, los calabozos de la DGS, hoy despacho de Esperanza Aguirre.

Pero aquella cosa tenebrosamente simpática y antifranquista que era ETA se convirtió en un monstruo, una máquina de matar militares, políticos de todo signo, jueces, sindicalistas, trabajadores, ciudadanía. No era extraño que a cualquier hora, un sonido ensordecedor te helara el corazón o que una nube de humo negra se elevara sobre el cielo de Madrid. Y el caos. Y casi nos acostumbramos. Fuera de Madrid o el País Vasco era difícil hacerse una idea de la que estaba cayendo.

Y en esos terribles ochenta de terrorismo, el destino me llevó a ser conductor del ejercito de tierra en esa cosa que se llamaba mili. En esos terribles ochenta me dieron un volante y una pistola de medio juguete porque tenía que llevar en coche a un señor que estaba amenazado por ETA. Y fueron asesinados en esos días compañeros de mili que, como yo, su delito era hacer la mili en Madrid. Por cierto, la cultura comunista más prosoviética del momento alentaba hacer la mili, entre otras cosas, para conocer el manejo de las armas por si había que hacer la revolución. Suena a coña, pero es así. Paradojas.

Cortinillas en el cristal trasero, retrovisores para ir mirando más hacia atrás que hacia delante, los pulgares por fuera del volante para no romperlos en caso de choque, distancia con el automóvil precedente para huir en maniobra, esperar cada día en un sitio, mirar los bajos del coche, la foto del comando Madrid en el salpicadero, y en más de una ocasión freno de mano y al suelo. En fin, pequeños detalles que mostraban que la cosa no era normal. Ahí fuera, en las calles de Madrid, la música de la movida seguía con vida, pero también se asesinaba. Para los unos y para los otros, “estábamos en guerra”.

Supe lo que es el miedo y vivir sin libertad. Las pesadillas me duraron tiempo. Los petardos me contracturaban hasta las pestañas. También supe lo que es el nefasto periodismo que alegremente daba información sin confirmar la identidad de los asesinados, de los heridos en atentados. Que en alguna ocasión me dieron por muerto. Vi la historia desde otra perspectiva.

Y cuando iba en mi coche de civil y se activaba una de las cientos de “operaciones jaula” la Guardía Civil me paraba para ver si era un etarra que huía, que llevaba armas. Muchas veces sin el más mínimo respeto. Cuando no eran los unos, eran los otros.

Luego, recuerdo en un Congreso de CCOO de Madrid dar la noticia del asesinato de Tomás y Valiente. Y recuerdo, estando en Diario 16, el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Recuerdo la impotencia ante la barbarie. Y recuerdo, trabajando para el PSOE, el atentado de la T-4 de Barajas, cuando ETA rompió la esperanza al tiempo que se suicidaba.

No son estas líneas para teorizar sobre de dónde viene ETA y hacia donde tiene que ir este proceso. Ni para hablar de presos. Ni de independencia. Ni entrega de armas. Estas líneas son de optimismo, esperando que los unos y los otros tengan la responsabilidad que el caso merece. Son líneas de alegría y esperanza. Que nos dejen disfrutar un rato, que esto no ha hecho más que empezar. Lo primero que hay que hacer es quitarse orejeras por todas las partes. La pelota está en el tejado de todas las partes. Sólo sirve la tolerancia. Sólo sirve no humillar, empatizar, comprender al otro, que no es tan diferente.

Nunca entenderé el nacionalismo, ni españolista, ni vasco, ni de Villa Arriba, ni de Villa Abajo. Mucho menos entiendo el nacionalismo de izquierdas, que la izquierda es internacionalista. ¡Uy! Si hubiéramos hecho caso al tío Carlos con aquello de “¡proletarios del mundo, uníos!”

Otro gallo nos hubiera cantado.

Hoy sí. Más que nunca, Zorionak Euskal Herria, o Euskadi, no se me enfade nadie.

Y…, ¿os imagináis?



1 comentario :

  1. Has tardado, pero ha merecido la pena. Y yo que todavía me acuerdo de tus tiempos de soldado... Gracias por compartir con nosotros el otro lado.

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