Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

sábado, 18 de mayo de 2013

Café, cafés, placer, tertulia, periodismo y política



Parece un hecho comprobado que el café es oriundo de Arabia, qahwa, por obra y gracia de la naturaleza. Lo que pertenece a la leyenda es que fuera un pastor árabe, allá por los siglos VI ó VII el protagonista de este descubrimiento, al observar la excitación de las cabras que comían determinados arbustos y decidirse a experimentar dicha euforia en su propia carne. Después habrá venido la conversión de este excitante en un placer para el gusto, desecando los frutos y dejándolos hervir después.

En cualquier caso, los almogáraves, soldados de élite y muy diestros, que invadieron la Península Ibérica en el año 711 no debían llevar el novedoso grano en sus alforjas, pues los españoles tuvieron que esperar hasta el siglo XVII para que esta bebida les llegara a través de Europa.

El uso y cultivo del café se había extendido por todo Oriente desde el siglo XV y llegaba a occidente por el comercio con Venecia coffe. Pero lo más interesante de esta historia es que con el café se importó a su vez la costumbre de consumirlo en lugares públicos, como se venía haciendo en Constantinopla desde 1554. El café es, desde que puso el pie en el suelo europeo, un placer social. Un placer social que, además, jugó un papel importante en la revolución de la vida ciudadana de toda una época.

El primer café de Londres (1657) fue considerado como una extravagancia, pero tres décadas después, el número de estos establecimientos no sólo se había multiplicado considerablemente, sino que se habían convertido en los centros de la vida política, social y literaria londinenses. Hasta la abolición de la censura de prensa en Inglaterra, los londinenses habían desarrollado el hábito de leer panfletos y los cafés proporcionaban el mejor escenario para su difusión. Muerta la censura, proliferaron los periódicos y muchos como El Mercurio Ateniense, o La revista dejaron de tratar temas políticos para dedicarse a la literatura; de esta última, La Revista, escribía un lector de Norwich:

     “La he leído a algunos caballeros… en el café principal de aquí, tantas veces como ha salido y está    reconocida como el periódico más distinguido que tenemos para entretenernos. Tuve algunas dificultades para lograr que el dueño del café la comprara, pero ahora está convencido de que le aconsejé bien, pues no hay periódico más solicitado”. 
[Cita de A. Beljame. Men of letters and the English Public in the Eighteenth Century. (1948)]

El intercambio de ideas políticas, filosóficas o literarias fue también el espíritu primigenio de los primeros cafés alemanes -en Lepzig, 1674; o Ratisbona, 1696- y franceses. Valga como botón de muestra el célebre café parisino Procope, abierto en 1684 por el siciliano Francesco Procopio dei Colltelli, donde Diderot y D’Alambert alumbraron la idea de la Enciclopedia, tomando café…

En España, los cafés vinieron de la mano de las costumbres afrancesadas a competir con las sombrías tabernas que tantos motines y conjuras habían albergado. Los nuevos establecimientos, junto con la moda que recortaba capas y sombreros, contribuían así a “moderar las costumbres de nuestro país, tal como refería el periódico El duende especulativo (1761).

      “Los cafés –decía- establecidos en diversos cuarteles de Madrid darán justo nuevo realce al carácter y las prendas de nuestra nación, enemiga mortal de las tabernas, en donde nadie, sin manchar el honor, puede entrar a beber vino. Era tiempo que supliéramos estos parajes con otros más decentes”.

Y empezaron a proliferar en la capital estas, hoy famosas, sedes de tertulia –San Isidoro, El Colonial, El Levante, La Cruz de Malta o Pombo-, donde una taza de café era mera excusa para entregarse al placer de la charla. El mismo placer que ahora queremos seguir cultivando cuando invitamos a nuestras amistades: “cuando quieras, tomamos un café…”, ese café que nos mantendrá despiertos mientras arreglamos el mundo.


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