Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

miércoles, 22 de enero de 2014

La mina, el penitente y Las Indias Negras (1)


Escultura de "El penitente" en la ETSI de Madrid

Como somos flojos de memoria, con estas líneas vengo a recordar el accidente minero que el pasado 28 de octubre se llevó por delante la vida de seis mineros leoneses por un escape de gas. Somos capaces de explorar el espacio y organizar una Estación Espacial Internacional, pero sigue habiendo muertes en la mina por escapes de gas. Algunos, no tan lejanos, terribles. A raíz de aquel accidente, llamativo por la falta de seguridad ante el grisú, una abogada amiga me comentó que su padre, don Jesús, quien durante un tiempo fue ingeniero de minas, le comentó sobre la figura de “el penitente”. Un pseudo oficio tan trágico como rodeado de leyendas. Su objetivo: localizar el grisú. Al límite. Flirteando con la muerte.

Ni idea. Yo no tenía ni idea de que hubiera existido la figura del penitente. La información oral de la abogada hizo que rebuscáramos en internet. Y empezaron a aparecer informaciones. Resulta que en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Madrid había una escultura que representaba a un penitente. La escultura estuvo a la intemperie durante años y ahora reposa en la balda de un laboratorio según explica Patricia Gil en la revista Infominas en un clarificador reportaje.

En él cita al escritor asturiano Ánxel Nava, quien escribe en primera persona sobre esta figura tan desconocida : “Soy el penitente, un fantasma, una sombra en el resplandor negro que pasa como ánima en pena, tapado con una capucha, las vestiduras empapadas en agua, porto un palo y una estopa en busca del grisú. Siento los ruidos sordos de la mina, las goteras del agua, los ecos de mis propios pasos. Mi penuria de andar toda mi vida a tientas a través de la luz. Mejor que esta soledad sería ir por las galerías con un pájaro, un canario que cuando muere en su jaula avisa del gas. Me prestaría sentirlo cantar entre la música de las piedras. Pero es igual, jilguero, mi niño, el metano no perdona. Una explosión y adiós, se acabó la pena del penitente.”

Desconozco si para llegar a este reportaje de Infominas previamente se pasó por el blog de Alberto Vilela Campo, quien criticaba que esa escultura de El penitente se encontrara en una balda, al tiempo que daba unas pinceladas, más o menos documentadas sobre la historia de los penitentes. Vilela Campo es un importante coleccionista de lámparas de minería, autor de varios libros y un blog, Luces en las minas. Y en este rebuscar me topé con El blog de Acebedo, un mierense hasta la médula que también hablaba del asunto y citaba a su paisano Alberto Vilela. 

En lo que todo el mundo coincide es en que es en una novela de Julio Verne donde se hace una referencia explícita a un penitente: Las Indias negras. En casa tengo un “Rincón Julio Verne”, con todas sus obras, alguna edición curiosa y algunos estudios sobre el autor. Así que fui allí y en una sentada me leí esta novela que en su día fue publicada como un folletín.

En mi opinión, la novela es trepidante y Silfax, un penitente, es el verdadero protagonista. Sobre la novela cuento en la próxima entrada, que esto está quedando muy largo. Sólo decir que la existencia del penitente está demostrada en Inglaterra y parece que en Francia, donde Emilio Zola se ocupó de ellos en Germinal. En esta impresionante obra escribe que en la mina trabajaban los llamados penitentes blancos, cubiertos con sábanas mojadas, quienes se adentraban en la mina portando antorchas para quemar el grisú que a veces se había acumulado en el techo de las galerías.

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