Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

lunes, 24 de marzo de 2014

De Azkuna y de Suárez, de alcaldes y presidentes


Cuando se muere una persona pública que muchos jóvenes no saben quién es y otros no tan jóvenes no tienen recuerdo de él, te das cuenta de que estás jugando en otra liga. En pocos días se han muerto dos políticos: Iñaki Azkuna, que fuera alcalde de Bilbao y Adolfo Suárez, que fuera primer presidente del Gobierno tras la muerte de Franco. Bueno, antes estuvo Arias Navarro pero no aguantó el tirón.

Personalmente soy más de alcaldes que de presidentes de Gobierno. Los alcaldes están al frente de los ayuntamientos, la institución más cercana a la ciudadanía. No es lo mismo gobernar una ciudad pequeña o un pueblo que una gran urbe, claro.

A mí me pillan cerca nefastos alcaldes de grandes urbes, como David Pérez en Alcorcón o la alcaldesa Botella, en la capital. Personas lejanas para su vecindad. Ha muerto recientemente Iñaki Azkuna, alcalde de la capital del mundo. Mis disculpas, pero después de haber vivido en Madrid la alcaldía de Tierno Galván, el viejo profesor, me cuesta pensar en otro alcalde como el mejor del mundo.

Iñaki Azkuna.
No debía hacerlo mal Azkuna. Desde luego el Bilbao que yo veo últimamente nada tiene que ver con esa ciudad gris, gris, gris que conocí en la juventud. Azkuna tenía ese don dicharachero, para algunos populista, que poseen algunos regidores de decir la verdades del barquero a quien hiciera falta. La última la tuvo el mes pasado con los de Bildu, que querían retirar los cuadros de los alcaldes del franquismo de la casa consistorial y él les espetó que “hay que respirar la historia aunque moleste”. Era un heterodoxo, también en su partido, el PNV.

Cuando hablo con gentes de Bilbao, pasa un poco como con La vida de Brian, cuando criticaban a los romanos por tal y tal y tal, pero…, hay que reconocer que hizo esto, y lo otro , y lo otro… Quizá unos de los reconocimientos más importantes, con la que está cayendo, sea el de haber sido el alcalde del municipio más transparente y más premiado en las evaluaciones del Índice de Transparencia de los Ayuntamientos, que viene realizando TI-España desde el año 2008.

Ayer se moría Suárez y como decía mi madre, “después de burro muerto, la cebada al rabo”. Evidentemente fue una figura clave en la llamada Transición, pero yo soy de los que piensan que la Transición la hizo el pueblo, una ciudadanía que no quería repetir un baño de sangre. Una Transición en la que hubo mucha más muerte, violencia y miedo de lo que nos quieren hacer creer.

Adolfo Suárez.
Yo recuerdo a Suárez dimitiendo en uno de los mejores planos televisivos que se han realizado. Eran días, como antes con la Marcha verde, en los que mi madre iba al súper y almacenaba leche condensada, latas de sardinas, harina, azúcar, aceite…, por lo que pudiera pasar, “que yo he vivido una guerra y una postguerra y he pasado mucho hambre”, nos contaba mientras punteaba una lista de compra que incluía tabletas de chocolate con leche. Un chocolate, que de haber estallado una guerra, no habría aguantado una semana almacenado. Eran días de manifestaciones, botes de humo, pelotas de goma y disparos por la calle Atocha…

Como alguna vez he oído a Nicolás Sartorius, se hizo lo que se pudo y se arrancó bastante. Lo que era innegociable era la bandera tricolor. Suárez fue un tipo que supo hablar, dialogar, negociar, acordar…, y de ahí salió una democracia, seguro que imperfecta, pero era lo que había para intentar vivir en paz. Es un hombre que se merece el respeto de todos más allá de que el aeropuerto de Barajas ahora lleve su nombre, que por aquí la gente seguirá diciendo al taxista de turno: “me lleva al aeropuerto”. Y punto.

Aquí os dejo la preparación, segundos antes de la marcha de Suárez:


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