Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

viernes, 30 de mayo de 2014

El cadáver de mi padre, El Mundo y la Complutense

Aunque la muerte es el momento más solemne de la vida, en mi familia desarrollamos cierto humor negro alentados quizá por don Mauricio, mi abuelo materno, que era marmolista. Don Mauricio tuvo que bandear con viudas, viudos, desconsoladas hijas e hijos, con epitafios del tipo “por un peo aquí me veo”. Al menos eso contaba él…

Cosas de la vida, o de la muerte, el otro día me encontré en El Mundo unas fotos y un vídeo con cadáveres hacinados en un departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Las imágenes eran de mal gusto y llamaban a eso tan humano que es el morbo. Yo, que soy humano, miré, y vi las imágenes quizá especialmente horrorizado porque mi padre al morir, hace tres años, donó su cuerpo a la Universidad Complutense para que los estudiantes de medicina experimentaran con su cuerpo.

No donó mi padre su cuerpo “a la ciencia”, como él decía, por ahorrar en el entierro, sino consciente de estaba prestando un último y solidario servicio a la sociedad. Tenía claro que después de muerto ese cuerpo ya no era nada. Recuerdo que comentaba la costumbre de los esquimales. Éstos abandonan a los viejos, aún con vida, entre los hielos para que los osos los devoren. Luego, el oso es el alimento de los esquimales y así el espíritu del muerto vuelve al hogar. Así escrito puede resultar hasta poético, pero si vemos las imágenes de un oso devorando a un esquimal moribundo pues la cosa cambia.

Eso me ha ocurrido. Ver las imágenes en las que una de esas piernas podía ser del cuerpo de mi padre no es agradable, aunque él mismo hablaba de las “perrerías” que con su cuerpo harían. Lo que más me ha molestado de esta truculenta historia, más que las imágenes, es que al final se ha usado el cuerpo de mi padre por algún interés espurio. Vendetas políticas entre departamentos quizá apuntando al rector Carrillo. Eso, también le habría molestado a mí padre.


También me gustaría saber si alguno de los periodistas de El Mundo tienen algún padre entre los cadáveres hacinados. Incluso me gustaría saber si los padres de los profesores de anatomía, o quien abrió aquella puerta de los horrores tenían el cadáver de algún familiar. Lo que tengo claro es lo que decía mi abuelo, el castizo marmolista, y aplicable a todos los órdenes de la vida, incluida la muerte: “Después de burro muerto, la cebada al rabo”.

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