Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

domingo, 24 de enero de 2010

¡Atocha hermanos, no os olvidamos!

Hace ya 33 años que, a estas horas, con once años, andaba en casa. Con mi familia. Un día normal previo a una normal jornada de colegio. Y a estas horas decenas de coches de policía con sus sirenas a todo trapo. Y decenas de ambulancias ensordecedoras enfilaban la calle Atocha hacia arriba.

Vivía yo en el 96, en una casa testigo de un final de franquismo y una Transición que no aparecía en los periódicos. Y cada día hacía cuatro trayectos caminando hasta el 45 de la misma calle. Al cole. En aquel tiempo, desde los 8 años uno iba sólo por la calle Atocha y no pasaba nada. Y si pasaba, pues te enfrentabas a la vida. Cierto que algunas veces los padres iban a buscarnos. Eran esos días en que los grises se apostaban en la plaza de Antón Martín, entre las columnas del Monumental, en las terrazas de las casas. Los padres debían tener un sexto sentido, porque esos días terminaban con tiros, barricadas, botes de humo…

La imprenta de El Quijote, pasaje Doré con el mercado, con su esquina de navajas y cuchillos, cine Monumental, los billares, farmacia de El Globo, pastelería y bar El Globo, cine Consulado, tiendas al por mayor. Un poco más allá la Academia Tecnibán, antes de Atocha 20, o sea Bobo y Pequeño, una enorme tienda de ropa, alfombras, manteles... Que hubo un tiempo que a los que se bajaban por vez primera de la Estación de Atocha buscando pensión, los listillos les decían: “usté es un Atocha 20”, a modo de vacile en madrileño.

Entre manifestaciones, carreras y cargas policiales transcurrían los días. Pero aquel 24 de enero, el lío fue terrible. Y nadie sabía que estaba ocurriendo, que ocurría. A la mañana siguiente las clases estaban casi vacías. Ese día fui porque “había que ir” decía mi padre. Al siguiente no fui porque “estábamos de luto” decía mi padre. Diez números más abajo del cole. En el 55, por donde cada día pasaba cuatro veces, unos asesinos habían acribillado a cinco abogados. Sus compañeros estaban tomando una caña en el bar de El Globo, por donde cada día pasaba cuatro veces.

Poco después entendí lo que allí había ocurrido. Y poco después, en aquel mes de mayo, o en el del año siguiente, acompañaba a mi padre en la manifestación del 1º de mayo, cuando aún había Scalextric en la Glorieta de Atocha, una multitud gritaba, “¡Atocha hermanos, no os olvidamos!”

Y en eso estamos. Que a nadie se le olvide aquella matanza ocurrida en Atocha 55 en la que cinco abogados laboralistas del clandestino Partido Comunista, de las clandestinas Comisiones Obreras, fueron asesinados por una trama fascista organizada. Que a nadie se le olvide que la manoseada Transición democrática no fue gratis, que costó sangre. Que sus protagonistas no fueron tres o cuatro personajes postfranquistas, sino el pueblo español que ansiaba libertad, aunque viviera presa del terror instaurado por Franco.

Un video para recordar:




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